Detrás de un dolor físico puede esconderse un dolor emocional.
Y raramente nos damos cuenta porque a muy pocos nos han enseñado la correlación que existe entre nuestra mente, nuestras emociones, nuestro físico y nuestras relaciones con el entorno (laboral, familiar o social). Por eso, la mayoría de nosotros cuando sentimos dolor físico, recurrimos bien a analgésicos (u otras pastillas), bien a un médico general o a un especialista de aquello que nos duele. En muchas ocasiones el dolor desaparece después de esa visita o píldora. En cambio, otras veces, el dolor se instala en nuestra vida, y se manifiesta con distintos niveles de intensidad de manera intermitente, cíclica e incluso continua.
Seguro que has escuchado más de una vez a algún familiar o amigo contarte que fue al médico y después de mirarle y/o, en el mejor de los casos, hacerle pruebas, le dijeron que no tenía nada. Y sin embargo, él o ella no se encuentran bien y te dan detalles su malestar; y tu que les conoces, sabes que algo les pasa, que no es cuento. También hay casos en los que si que han probado uno o varios tratamientos, pero sin el resultado deseado.
Estas historias tratan de pequeñas o grandes dolencias con las que muchas personas conviven durante años porque piensan que no hay otra opción, que no pueden hacer nada, que ya han ido al médico y no hay nada más que hacer.
Sin embargo, hay más.
A veces detrás de una migraña, de un dolor articular, de problemas digestivos, de piel o de espalda, hay un suceso estresante, un duelo, una emoción que no se ha asimilado adecuadamente. Sea lo que fuere que causó ese dolor, no desaparece, se resiste a desaparecer sin ser reconocido.
En las sesiones de Kinesiología emocional, paciente y terapeuta trabajamos conjuntamente para que el primero, pueda identificar e integrar satisfactoriamente las experiencias vividas, y vivir plenamente el presente.
